Con pintura, cartón y elásticos, once lienzos se convirtieron en máscaras, inspiradas en los motivos de las máscaras de la lucha libre mexicana. Se les dio una guía para que pintaran unas, el resto de diseños resultaron de sus propio trabajo. Los pocos que se unieron a la tarea de pintar, pacientemente pintaron dos o tres máscaras cada uno. Dedicados al oficio, entre chistes y momentos de silencio, algunos aprendieron a mezclar los colores para diversificar sus diseños y se esmeraron por hacer algo distinto a lo anterior o a los otros. En el proceso varios de los bailarines se acercaron a hacerle pedidos a los pintores: tales gestos, detalles y colores. Solo a unos pocos las máscaras no les gustaron y les incomodaron, desde un principio no se preocuparon ni les dio curiosidad que iban a usar para cubrir su rostro.La paradoja es que así todos quepamos en el papel, siempre es mejor uno decidir como lo pintan y no esperar a que lo pinten.